También hay otras ocasiones en las que lo que anhelamos es la tormenta o el fuego que se lo llevan todo, y nos dejan desnudos de ideas y memorias para crear los espacios renovados de nuestra vida, sin prejuicios, miedos o expectativas.
Ambas experiencias me gustan y quiero promoverlas, a conciencia. La tormenta para cuando estamos atascados es fundamental. Lo que toda la vida se ha llamado tocar fondo, como algo bueno, es lo que saca fuerza e ideas invisibles e impensables del campo cuántico. Cuando dejamos de buscar fuera y empezamos a mirar dentro, desconcertados o desesperados, ahí se abre la puerta para la fuerza que sólo existe en la tierra y en el cielo.
Cuando en yoga escuchamos hablar de anclarse o enraizarse esta es la imagen que me viene. La de una fuerza ajena a mi que entra y sostiene esa postura, ese fuego, esa determinación que no conocía.
Así que quizás se trata de ir llamando a cada cosa, cantando y aullando, aunque no conozcamos su nombre.
Puestos a pedir, y no a los reyes magos precisamente, pidamos el buen karma que surge de saber lo que es bueno para nosotros y convertirlo en deseos.
Un año más, pero más alto y claro que nunca, pido: experimentar paz, risa, ligereza, alegría, agradecimiento, humildad, inspiración, sensualidad, libertad, compromiso, vitalidad, paciencia, belleza, meditación, conexión, pasión, bailes, abrazos, besos, más besos ¡hacer el pino con las piernas en loto!... Y todo lo que se le parece, pero no tiene nombre, y me da ese aura de colores que a todos gusta y a mi me encanta.
Ofrezco: abrirme a todas las maneras conocidas y desconocidas en las que la vida me lo puede dar.
Y ese es el trabajo para mi, y quizás para todos, de este año. Abrirme aún más con humildad y valentía a lo que desconozco, dejando de lado mi soberbia y mis penas.
Me ofrezco a limpiar el cristal de mi corazón, para miraros a todos con el respeto y amor que os tengo, y que mi trabajo sea de utilidad para todos.
Os dejo este bello mantra...