martes, 5 de junio de 2018

Enseñanza Inspirada (IX): Voz, contacto, movimiento ¿cuál es la herramienta más eficiente para enseñar?

      Raramente escribo sobe temas de actualidad. Sin embargo, este tema que traigo hoy está calentito en las conversaciones contemporáneas del yoga (aunque ya se ha tratado en contextos tradicionales). Además, es relevante y necesario en nuestra serie de Enseñanza Inspirada, y quería seguir completando temas y dimensiones de nuestro infinito planeta yogi, una historia interminable y fascinante.

El debate sobre si un profesor debe enseñar las posturas o sólo dirigirlas, si debe ajustar con la voz, o también usar el contacto, y sobre las diferentes maneras que tenemos para interactuar y enseñar nuestra disciplina está muy abierto y genera discrepancias mayores y menores entre unos profesores y otros.

He recibido varias consultas de otros profesores sobre este tema, y también lo hemos estado tratando en las reuniones de profesores que organizo en Ibiza. Por eso he decidido escribir este artículo.

      Primero, quiero indicar que esas discrepancias son normales, La variedad humana está representada en la variedad de profesores, y esto da lugar a mucha diversidad. De hecho, ni yo ni este texto pretendemos sentar cátedra, crear escuela o escribir verdad. Voy a hablar de mis impresiones y exploraciones en este territorio basándome en mi experiencia y mi conocimiento.

La disciplina del yoga incluye movimiento, respiración, filosofía, técnica y muchas otras cosas. Como profesores aspiramos a transmitir una buena representación de las mismas con la máxima calidad posible. Por ello, muchas herramientas son necesarias. Lo que vamos a hacer a lo largo de este escrito es valorar su eficiencia en diferentes planos de la enseñanza. 

El contexto que tomaré es el de la práctica de asanas (posturas de yoga). La meditación y las técnicas de respiración no incluyen movimiento así que viven fundamentalmente de la dirección por voz (tono, textura, volumen, tempo, lenguaje, silencio,…). También tienen importancia pero no es a lo que le dedicaremos tiempo hoy.

      Además de los tipos de profesores hemos de saber que hay tipos de alumnos, con diferentes maneras de aprender y registrar información. Esto significa que a la misma situación diferentes alumnos reaccionarán de diferente manera. Por eso, idealmente, no debemos crear un modelo rígido ni creer haber encontrado el grial del profesor perfecto con afirmaciones absolutistas. Para algo somos yogis ¿no? ¡Cuantas más herramientas y recursos tengamos mejor resolveremos el reto de comunicar nuestros objetivos de enseñanza! 

La mejor herramienta que tenemos para elegir bien cómo transmitir es conocer a nuestra audiencia (o público). Aunque establezcamos unos principios básicos en los que mostraremos preferencia por no practicar las posturas con los alumnos todo el rato, esos principios se desvanecen cuando el contexto no es apropiado. Y debemos saber reconocerlo. 

      En un contexto ideal, con alumnos que practican yoga desde hace suficiente tiempo para conocer el lenguaje básico de posturas y movimiento, podemos guiar la clase con nuestra voz al 90%, sin demostrar más que algunas posturas, variantes o apuntes anatómicos con propósitos de refinamiento. Y eso, como profesores, es maravilloso porque nos permite observar, ajustar lo que vamos diciendo, respirar, dar silencio y evitar lesiones en nuestro propio cuerpo por repetición de movimientos. En estos casos, incluso aunque algún alumno menos experimentado tenga dudas, podrá observar a sus compañeros si en algún momento se pierde. 

Lo ideal es educar a los alumnos a desarrollar la escucha, por eso si no nos ven haciendo las posturas prestarán más atención a nuestra voz y sus propias sensaciones físicas. Estamos en las esterillas no sólo para hacer, sino para escuchar, sentir, prestar atención, indagar… La escucha es una cualidad que debemos desarrollar como alumnos si queremos más acceso a los detalles y riquezas de nuestro cuerpo. Para el profesor, ya que los alumnos no hablan, escuchar al alumno equivale a verle mover su cuerpo y respirar, observar cómo reacciona a lo que vamos diciendo y entender la conversación que se genera. Por ello, si estamos dando la clase, dirigir con la voz y observar lo que ocurre es lo ideal.

      En este contexto, una vez elegida la voz como herramienta prioritaria, aún nos queda decidir qué queremos hacer con nuestras manos. Algunas formaciones y profesores dan mucha importancia al ajuste manual. Los que me conocéis sabréis que salvo en clases privadas no hago muchos, aunque sí que hago algunos de manera puntual si lo veo apropiado o necesario. Excepcionalmente, haré un acercamiento grueso o muy directo a algún alumno de confianza, pero no es lo habitual. Tengo mis razones y estoy encantada de compartirlas. En un contexto grupal hay muchas cosas que atender, y el tiempo que estamos haciendo ajustes a un alumno normalmente no estamos mirando a los demás, e incluso puede que perdamos la línea oral de lo que estamos contando. Por eso los momentos para hacerlo me parecen escasos. Hay que conocer mi sesgo personal, tengo mucha inclinación por la palabra. Por otro lado, creo que la mayor parte del descubrimiento se hace por ajuste interior y sensación, aunque nunca negaría la cualidad informativa del contacto adecuado. 

El contacto que demos no debe ser complaciente ni ir dirigido a que el alumno cree una relación de dependencia en la que no siente la postura hasta que es ajustado, o piensa que el profesor es el que realmente sabe de su cuerpo. En mi experiencia, de los ajustes ofrecidos, más o menos la mitad son registrados y crean cambios en el cuerpo del alumno y la otra mitad deja al alumno desconcertado o no llega a ser registrado. Podríamos decir que eso se debe a la calidad de mis ajustes. pero creo que mucho tiene que ver también con la conciencia corporal de cada persona. 

En resumen, en una clase grupal, con una cantidad moderada de alumnos (entre 5 y 12 más o menos) que conozcan los fundamentos del yoga (aunque no sean avanzados) podemos guiar con nuestra voz y hacer algunos ajustes manuales y tener un relativo éxito en cuanto a nuestro impacto educativo en nuestra audiencia.

      A partir de 12 o 15 personas veo muy difícil ser justos y proporcionados con los ajustes manuales, y  perderemos la capacidad de observar al grupo y regular el rumbo de nuestras indicaciones verbales para favorecer a la mayoría de las personas. Muchos profesores, incluida yo misma, lo pasamos mal viendo a una persona en una postura que podría ganar estabilidad o eficiencia con una atención personalizada, pero hemos de aprender a confiar en que suficiente tiempo de práctica y buena instrucción les ayudarán a progresar y asimilar al ritmo que realmente es saludable y necesario para ellos. El ajuste no debe hacerse nunca para llevar a una persona a un lugar que no llegaría naturalmente con los recursos de su propio cuerpo, sino para informar de una posible ampliación de espacio, fuerza o conciencia en los recursos corporales que ya tienen.

Finalmente, en un contexto grupal no debemos intentar ofrecer la misma calidad de atención que en una clase privada, o nos frustraremos.

      En una clase grupal encontraremos muchos imprevistos y eventos fuera de nuestro control, por ello hemos de tener un amplio abanico de posibilidades para situarnos ajustándonos a lo que pida el momento.

      En todas las clases aparecen personas que no han hecho yoga nunca. Y esos son los momentos en los que hay que regular nuestra presencia en el espacio. En esos casos, normalmente hago mucho más con mi cuerpo, sobre todo al principio de la práctica, hasta que hay un poquito de familiaridad con los patrones básicos de movimiento. Retirarnos del foco del alumno principiante puede causarle una sensación de estar perdido que no ayuda a su incorporación al ritmo. Se trata de facilitar el trabajo de aprendizaje y son momentos en los que podemos modelar con nuestro cuerpo un poco más, desde mi punto de vista. 

      A menudo me he encontrado en clases donde la gran mayoría son principiantes. El método de guiar sólo por voz es lo más ineficiente del mundo, porque son personas que no han desarrollado aún la capacidad de registrar e interpretar el leguaje específico del yoga y necesitan ver las cosas, pues las conocen poco o nada. En esos casos, incluso si me rasco la nariz, siempre hay alguien que me imita. Y si abandono la postura para dejarles respirar y yo poder observar saldrán de la postura conmigo. 

He desarrollado un método que de momento me funciona bien. Iniciaré la clase con ellos y me moveré despacio nombrando bien las posturas principales, hasta que las hemos repetido suficientes veces, y entonces reduzco mi participación a las posturas que son nuevas en cada ciclo. Como profesora de Vinyasa eso es posible porque algunas posturas y transiciones se repiten mucho. De hecho, un porcentaje relevante de una práctica de Vinyasa, incluso en un estilo lento como el mío, es repetitiva. Así pues, he aprendido en estos contextos con más principiantes a enfatizar cuándo es tiempo de estar quietos en la postura, antes de moverme yo y salir de ella. Otra de las razones que nos obliga a modelar un poco más de lo deseable es cuando hay personas en la clase que tienen dificultad para hablar el idioma en el que enseñamos. En estos casos hay muchas posibilidaded de caos, y nos puede favorecer incrementar nuestra participación con movimiento.

     Por otro lado, yo me mantengo fiel a las cosas que he estudiado de neurociencia, y sí creo que un profesor que no demuestra absolutamente nada pierde la ocasión de estimular y nutrir a las neuronas espejo. Muy simplificado, son neuronas que perciben acciones en el otro y son responsables de comportamientos empáticos y facilitan la imitación. De alguna manera, ayudamos al otro a sentir una postura cuando nosotros la hacemos y sentimos. Así le ahorramos trabajo al alumno ayudándole a anticipar las sensaciones de una postura. En definitiva, como modelos de las posturas podemos inspirar a a los alumnos. Por eso, siempre me gusta indicar que cuando enseño una postura son las acciones de la postura lo que es importante, no que la forma sea exacta a la que expresa mi cuerpo ¡porque cada cuerpo es diferente! 

      Hablaré también de cuestiones de salud. Así como pienso que hacer todas las clases que damos no es bueno para el cuerpo, creo que tampoco es bueno para el cuerpo estar solamente paseando entre alumnos como si fuera una instrucción militar. Por eso puede ser una buena estrategia empezar la clase respirando y guiando con nuestro cuerpo, y después levantarnos para guiar más con la voz. Esto depende mucho del tipo de clases, pero yo lo hago normalmente si la apertura de la clase la he planeado en postura sentada. Si la he planeado sobre la espalda me quedaré de pie.

      Otro detalle. Cuando estamos en una clase con mucha gente es más cómodo pasear y observar (porque hay muchos cuerpos y la mirada queda repartida). Cuando nos encontramos en una clase con poca gente a veces esa observación resulta excesiva (pues recae en menos personas) y también es hermoso darle al alumno la posibilidad de que no se sienta tan observado. En este caso marcar algunas posturas y hacerlas puede aliviar la carga de esa mirada constante.

Digo esto y a mi no me incomoda especialmente sentirme observada, pero hay que tener en cuenta que encontraremos personas a las que sí. Y en ese caso, mientras se acostumbran a que nuestra mirada no es examinadora sino observadora empática y compasiva, podemos liberarles de vez en cuando se esa carga. Especialmente tendré en cuenta esto en las clases privadas. Y con los más avanzados, que ya saben que no hay nada que demostrar, me permitiré mucha observación directa, y con los más principiantes, para ayudarles a integrarse conmigo y con su propio cuerpo, les haré sentir que no estoy todo el rato mirándoles. Lo cual coincide perfectamente con que estas personas que se están iniciando necesitan más ver las posturas.

      De todo esto vamos a extraer una pequeña ecuación general, para regular cuánto participamos con movimiento y cuánto sólo con instrucción verbal (o algo de contacto). Tendremos en cuenta de manera primaria el tipo de público (los niveles de experiencia) y de manera secundaria, pero también muy importante, el número de personas en la clase. Por supuesto, hay más factores, añadidlos en el orden que queráis (nuestro nivel de experiencia y comodidad con las herramientas de enseñanza, nuestro estado de salud, si estamos o no trabajando para alguien que tiene ciertas preferencias, y un largo y sinuoso etc.).

      Para mi las clases más fáciles y gozosas son las que doy a profesores (individuales o grupales) porque puedo concentrarme en dar instrucciones apropiadas según voy observando y aprendo mucho de ver a los alumnos, lo cual me permite mejorarme y ayudarles de manera más eficiente. Las más desafiantes son las que doy a principiantes en un grupo grande y mixto y con gente que no habla bien el idioma en el que doy la clase. La realidad es que la mayoría de las clases que doy son una mezcla de todo esto y tengo siempre que encontrar puntos medios que me resulten genuinos. Por eso, como veréis, comparto ideas pero no puedo dar un modelo que valga siempre porque no hay nada estático en el hermoso arte de enseñar.

Estoy segura de que muchas de estas cosas ya las habréis pensado, y muchas otras completan naranjas y limones de vuestro pensamiento creativo y genuino. Ya tenemos nuestra huerta lista para dar frutos maduros y flores aromáticas. ¡Feliz enseñanza y feliz vida a todos!


* Ilustraciones Nathalie Dion