domingo, 7 de julio de 2019

Enseñanza Inspirada (XI): Cuando no sabemos algo


        A veces recuerdo con sabor dulce esos tiempos en los que empezaba a enseñar. Mi inocencia y osadía me permitieron avanzar con pocos miedos en una primera época en la que en realidad estaba muy poco preparada para dar clases de yoga, tal y como concibo hoy la enseñanza. Curiosamente, doce años después, más formada y con varios miles de horas más de experiencia, me surgen muchos más miedos respecto a la envergadura de los desafíos que asumo. ¡Supongo que no se puede tener todo!

Con el tiempo, y viendo a los profesores con menos experiencia, he llegado a comprender que esa etapa es imprescindible. No es bueno saltársela, ni desear salir de ella antes de tiempo. Un profesor principiante debe sentir respeto por la profesión pero no dejarse inundar por el miedo y la inseguridad en sus primeras etapas. Es normal tener dudas y miedos ¡es lo más sano!

Las limitaciones como motores

     Poco a poco vamos viendo nuestras limitaciones, es inevitable, pero para eso es necesario estar activos y enseñando todo lo que podamos. Esas limitaciones van dando el pistoletazo de salida a nuestra curiosidad y a nuestro deseo de aprender sobre desafíos concretos que vamos encontrando.

      No seamos ingenuos, una formación básica de profesor de yoga no nos aporta más que una base sobre la que empezar a construir. Si esa formación es buena, serán buenos cimientos. Pero todas las formaciones adolecen de algo. No por malicia o ineptitud de los formadores ni porque que se quieran ignorar ciertos aspectos, sino porque en 200 horas (o incluso 500) siempre hay algo que tiene que quedar relegado o subestimado.

Un buen profesor de yoga ha de saber de filosofía, anatomía, fisiología, psicología, lenguaje, comunicación, pedagogía, lesiones, movimiento, tradición, etc... ¡Difícil cubrir todo eso en tan pocas horas! Quizás por eso las formaciones básicas deberían ser un poco más largas, sería bueno para el futuro profesor y para los alumnos que se encontrasen con los recién graduados. Ahí dejo el debate.

En este panorama, y desde el momento en el que damos nuestra primera clase, empieza la escalada de nuestro Everest de ignorancia. No quiero hablar de la ignorancia como algo negativo. Creo que la ignorancia revelada y atendida es un motor de crecimiento y desarrollo humano. Cierto también que la ignorancia ignorada es una catástrofe ¡y una arrogancia! 

Nos equivocaremos muchas veces por el camino, afirmando o proponiendo cosas incorrectas o insostenibles. Sin embargo, ayuda mucho el darnos derecho a ello y comprometernos a mejorarnos a la siguiente oportunidad. Esta compasión no debe ser auto-complacencia. Sí tiene importancia cometer un error, por eso pondremos todos nuestros sentidos, sensibilidad y cautela al servicio de nuestra enseñanza. Esto reducirá los errores y su gravedad.

El primer error que podemos cometer es ignorar lo que no sabemos. La primera ignorancia es ignorar nuestra ignorancia. 

¿Qué hacer cuando descubrimos que tenemos un vacío de conocimiento en un área que se considera relevante para un profesor de yoga? 

      Mi primera propuesta sería que intentemos no enseñar eso que no sabemos. Por ejemplo, yo no soy una experta en filosofía hindú. Tengo muchos más conocimientos de psicología, fisiología, neurociencia y mindfulness. Podría pensar que la superficialidad de mi conocimiento sobre mitologías es desinterés. Sin embargo, no lo es. Aprecio mucho lo que leo y escucho al respecto, y lo sigo buscando, pero mi orientación personal, mis capacidades académicas y mi sensibilidad no me llevan de manera tan intensa al estudio de ese área. Por eso apenas uso deidades para mis metáforas y temáticas de enseñanza. Aun así, como conozco la relevancia de los mitos para la psique humana, aprecio que otros profesores los usen y poder recibirlos como alumna. 

Deduzco que las áreas en las que menos nos desarrollamos quizás son las que menos nos atraen. Aceptada esta situación, no debemos ignorar que hay algo de responsabilidad en esta profesión que trasciende a los gustos personales. Por ejemplo, como profesores de asana, podemos vivir sin mitos, pero quizás no sin saber algunas cosas básicas de movimiento y cuerpo. 

En los primeros cinco años de mi enseñanza, según avanzaba profesionalmente, me iba sintiendo cada vez más incómoda con la superficialidad de mi conocimiento sobre anatomía y movimiento. Recibí una formación inicial en hatha yoga tradicional, de la cual extraje el lujo de ser formada por swamis (monjes) y ver como el compromiso con el yoga y la vida espiritual transformaba mi experiencia de energía vital e inspiración de manera radical. En mi formación conocí el prana de manera directa e individual, no como teoría sino como realidad. Nunca más he vivido algo así. Salí sintiéndome muy poco preparada para enseñar pero con una gran fe en el yoga. 

En esa época no me preocupó la situación porque no tenía intención de dedicarme a enseñar y la formación cumplió con mi objetivo de sanarme, conocerme, aprender y vivir el yoga. Sin embargo, al poco tiempo estaba enseñando, y con el tiempo ese vacío ser reveló relevante. Empecé la búsqueda, sin encontrar rápidamente mi pasión. En este caso, tardé muchos años en sentar bases suficientes para recibir el refinamiento de mi profesor Jason Crandell, quien me ayudó a ver el movimiento y el asana de una manera que me capacita a la vez que me hace disfrutar cuando enseño.

Viviendo con la ignorancia

     Yo creo que sólo con el tiempo se pueden compensar las carencias, porque son muchas las que vamos descubriendo y cada una requiere de un tiempo de atención. No es recomendable correr, debemos plantarnos firmemente en cada paso que damos dejando huellas duraderas. Aunque vayamos más despacio de lo que nos gustaría. 

Cuánto más tiempo dedicamos a enseñar más oportunidades nos surgen y más desafíos encontramos. Así que vamos a dar por sentado que encontraremos cosas sobre las que no sabemos ¡a diario! y voy a proponer algunas ideas:

1. Cuando descubrimos de manera íntima que nos falta algún conocimiento para atender bien a nuestros alumnos. 

Esto puede darse cuando encontramos a alguien que tiene una lesión de la cual no sabemos o un alumno con un bloqueo de comprensión al que no conseguimos llegar.

En el caso de las lesiones es relativamente sencillo de resolver porque a través de libros o profesionales de la salud podemos aprender mucho.

En el segundo caso es más difícil. Yo he tenido varios alumnos en clases privadas que tenían problemas para sentir y dirigir su respiración (de hecho esto es bastante común incluso en practicantes relativamente avanzados). A veces son problemas mecánicos y otras veces son problemas psicológicos, pero incluso un problema de ph corporal puede favorecer la hiperventilación. 

A veces las situaciones son demasiado complejas y nuestra labor ha de quedarse allí donde alcanzamos. 

En resumen:

- Si el acceso al conocimiento que nos falta es sencillo debemos comprometernos a investigar, estudiar y mejorar

- Si las variables son complejas y nos faltan datos así como herramientas de diagnóstico podríamos practicar a usar las herramientas del yoga más apropiadas que conocemos y aceptar las posibles limitaciones de nuestra disciplina. En este caso igualmente podemos investigar pero quizás preguntar a compañeros que se hayan encontrado con el mismo problema podría ser de gran ayuda. Nuestra labor no es actuar como sanadores sino como educadores. 

- En algunos casos hay que reorientar al alumnos hacia otro profesional, disciplina o compañero. Yo misma he tenido lesiones en las rodillas y el yoga no me ha resuelto mis necesidades. Es muy importante saber que el yoga no lo soluciona todo.  Al menos no "nuestro" yoga. En algunos cosas no podemos resolver o mejorar un problema. Sin embargo, podemos seguir confiando en nuestra enseñanza, incluso cuando no somos capaces de ayudar a alguien.

2. Cuando alguien nos pregunta directamente y no tenemos la respuesta.

      Absolutamente y siempre ¡debemos decir que no sabemos! No le hacemos ningún favor a nadie jugando a ser médicos, visionarios o curanderos. Además, va a nuestro favor que los alumnos se den cuenta de que tenemos limitaciones y la mayoría sólo somos profesores de yoga y no profesionales de la salud ¡si hasta los médicos con sus herramientas de precisión a veces tienen que decir que no saben! 

Debemos darnos derecho y obligación para declarar nuestro desconocimiento. Todo esfuerzo por ocultarlo surge del miedo y la identidad, queremos enseñar con nuestra valentía y nuestro corazón.

3. Cuando nos ofrecen un trabajo para el que no estamos preparados.

      Eso va a pasar todo el rato. La mayoría de las veces que nos ofrecen algo nuevo no estamos preparados del todo. Sabiendo esto, es bueno considerarlo una oportunidad y prepararse lo mejor posible. 

Aún así, hay límites. No creo que debamos orientarnos a enseñar yoga a una población específica sin haber estudiado en profundidad sobre su patología o circunstancias. ¿Pero qué significa eso? No siempre lo cumplimos. Durante dos años ofrecí yoga de manera gratuita a enfermos mentales. No tenía ninguna formación específica pero mi padre tenía la misma enfermedad que los alumnos (por eso me ofrecí a una asociación) y pasé la supervisión de los psicólogos. Aprendí sobre la marcha y fui prudente, creo que hice mucho bien pero sin ninguna duda no soy psicóloga y no tenía todos los conocimientos necesarios. Sabía lo suficiente de yoga para enseñarles a respirar y ayudarles a movilizar su cuerpo. 

Creo que este tipo de situaciones es muy frecuente. ¿Cuál es el límite entonces? No lo sé, creo que es una experiencia interior entre honestidad, respeto e integridad la que debe guiarnos en estos casos. Personalmente creo que estoy siempre en la frontera, y esto me ha obligado a aprender mucho y rápido. Hasta ahora me ha traído más bendiciones que desgracias. No estoy animando a nadie a ser imprudente, pero si sabéis que tenéis capacidad y agilidad para el estudio y observación quizás podéis jugar con estas fronteras sin poner en riesgo vuestra ética.

4. En general y para todos estos casos.

      Mi propuesta es que no dejemos de practicar, de estudiar y de formarnos. Idealmente en este orden. La humildad es valor indiscutible en un panorama social competitivo y "titulista". La dedicación es sacrificio inevitable si queremos ser mejores versiones de nosotros mismos cada día. Nuestros alumnos se inspiran de ambas cosas, de nuestra humildad y de nuestra dedicación. 


Mantras y mitos

    Para terminar, os dejo esta idea de un conferenciante que contaba que tenía un mantra interior que le había enseñado un mentor suyo. Cada vez que iba a enseñar o hablar ante una audiencia se decía internamente: “Quizás estoy equivocado”. 

Pienso que este mantra da espacio para compartir lo que sabemos, sin olvidar que puede cambiar y que pocas cosas son absolutas. Este mantra puede ayudarnos a aceptar la incertidumbre y la inseguridad como parte del camino del aprendizaje. 

Para personas muy inseguras pienso que habría que elegir otro mantra, por ejemplo “Quizás piense de otra manera en el futuro”. Sólo hay que mirar al pasado para saber que así será.

Así pues, quizás me he equivocado con las ideas que os he dado, y quizás piense de otra manera en el futuro. Pero, en base a mi experiencia y los conocimientos que ahora tengo, confío en que os será de utilidad. Al menos a la mayoría... 

Os ánimo a seguir creciendo, confiando y dudando. La vida es una experiencia perfecta de polaridad y contrastes. Llena de emociones, dragones y princesas.





* Ilustración Katy Lemay