viernes, 15 de febrero de 2013

Dulce silencio

      Vivir en silencio y lentitud se representa en nuestra mente, a veces, como un estado oscuro e inmóvil. Una vez más, las ideas, los prejuicios y la inexperiencia se hacen cargo de dibujar un paisaje conocido. Sin embargo, ante lo desconocido, mejor la ignorancia y el vacío.

A menudo, el observador, entregado en su observación, pierde el hilo de la verdadera historia. Absorto, temoroso, y en sus certezas, ocupa los silencios con clasificaciones y órdenes. Desordenando así el verdadero yo; el que sabe de su naturaleza primaria: absoluta y permanente belleza.

      ¿Cómo reducir el espacio que rellenamos con elucubraciones? ¿Cómo ampliar el espacio en el que percibimos y somos claridad y conocimiento?

      No existe receta perfecta pero algunos ingredientes ayudarán. Entre ellos: amabilidad interna y externa, ecuanimidad permanente e indestructible, dulzura y paciencia hacia el mundo, ideas flexibles, mente abierta, capacidad de escucha...

      Entretenidos en en estas virtudes surge el suave ronroneo de la calma y la dicha. Que no conocen la prisa ni la expectativa. El final del camino no existe, pues el camino es infinito. Importante, y a la vez, insignificante. No hay que perseguir la zanahoria, sólo sentarse y comerla. Bueno, salvo que hoy nos sintamos burros. También tenemos derecho a eso.

Os dejo con una cita del rey del silencio.





















En lo que pensamos, nos convertimos.
Buddha