
A menudo, durante la práctica, en talleres, clases y otros contextos directos, sugiero observar el tipo de sensaciones que surgen y atender a las necesidades que estas marquen (mantener la postura, abandonarla, suavizarla o intensificarla). Pero a veces escucho "¡Ay! ¡Duele!", y en ese caso siempre sugeriría (es lo que haría yo también) salir de la postura, localizar la zona de dolor y esperar para ver si recibimos más información (quizás una anticipación de una lesión, una memoria de un mal uso del cuerpo...).
Pero ¿y si no sabemos discernir entre el dolor y la incomodidad inevitable?.
Aunque el resultado de la práctica del yoga físico sea agradable, durante el proceso pueden surgir sensaciones desagradables. Es como, por ejemplo, para mejorar nuestra tensión arterial; tenemos que elevarla temporal y voluntariamente (con ejercicio aeróbico, cansado), para darle más salud a medio plazo.
En el caso del yoga hay que pasar por una incomodidad, que es inevitable si queremos cruzar la puerta y llegar a la completa paz en las posturas; ese lugar en el que mi respiración fluye, yo reflejo la mayor perfección posible en mi cuerpo y surge la integración de mi mente-objeto con el entorno.
Una señal clara de que la práctica se ha salido de su caminito de respeto y trabajo mesurado es la agitación, tensión o interrupción de la respiración. Así pues, la consciencia de la respiración durante la práctica es la clave para el discernimiento.
En este contexto hay que distinguir entre: dolor de riesgo e inevitable incomodidad. El primero, hay que evitarlo. Siempre. Por nuestro bien. Nuestro cuerpo es nuestro vehículo. The one and only.
El segundo, es mejor vivirlo. Y se puede identificar como sensaciones de debilidad o restricción; que nos conviene desear sentir porque traen las áreas sensitivas a mayor vida y despertar.
A veces cuando hemos llegado a este lugar de sensaciones intensas, no arriesgadas pero incómodas, ya es difícil volver a la respiración. Ya han surgido la resistencia y la lucha así que el cuerpo se tensa, el sistema nervioso se inclina hacia la alerta y la mente está en dispositivo de huida.
Puedo recomendar dos cositas para un posible nuevo fruto en la práctica, y nuestra visión del mundo más allá de la esterilla:

2) Durante la práctica de los estilos más yang (calientes, musculares, activos y exigentes) muévete hacia y en las posturas desde la consciencia de la respiración. Esto te permite ir despacio, pues la respiración, que es vida, no tiene prisa y sabe esperar su momento. A la vez esta cualidad de presencia a través de la respiración nos hace sensitivos a las respuestas que da el cuerpo al movimiento.
Instalados en este modus operandi sensitivo, inteligente y honesto creo que nos haremos menos daño y tendremos más oportunidades de traer luz a las zonas oscuras, densas o abandonadas del cuerpo. Que también son hermosas y merecen ser reconsideradas y amadas.
Además, a mi me parece que todo esto se aplica, maravillosamente, fuera de la esterilla, al colorido mundo de las relaciones humanas. Observa a los demás. Escucha, muévete despacio. Y resuelve compasivamente el conflicto, el desencanto o la dificultad. Quizás es más fácil de lo que parecía... ¡Seguro!