viernes, 10 de enero de 2014

Une buena noticia y una interesante explicación

La buena noticia es que me decido por fin a contestar en detalle a una pregunta frecuente, habitual y muy sensata. 

A menudo, durante la práctica, en talleres, clases y otros contextos directos, sugiero observar el tipo de sensaciones que surgen y atender a las necesidades que estas marquen (mantener la postura, abandonarla, suavizarla o intensificarla). Pero a veces escucho "¡Ay! ¡Duele!", y en ese caso siempre sugeriría (es lo que haría yo también) salir de la postura, localizar la zona de dolor y esperar para ver si recibimos más información (quizás una anticipación de una lesión, una memoria de un mal uso del cuerpo...).

Pero ¿y si no sabemos discernir entre el dolor y la incomodidad inevitable?.

Aunque el resultado de la práctica del yoga físico sea agradable, durante el proceso pueden surgir sensaciones desagradables. Es como, por ejemplo, para mejorar nuestra tensión arterial; tenemos que elevarla temporal y voluntariamente (con ejercicio aeróbico, cansado), para darle más salud a medio plazo.

En el caso del yoga hay que pasar por una incomodidad, que es inevitable si queremos cruzar la puerta y llegar a la completa paz en las posturas; ese lugar en el que mi respiración fluye, yo reflejo la mayor perfección posible en mi cuerpo y surge la integración de mi mente-objeto con el entorno.

Una señal clara de que la práctica se ha salido de su caminito de respeto y trabajo mesurado es la agitación, tensión o interrupción de la respiración. Así pues, la consciencia de la respiración durante la práctica es la clave para el discernimiento.

En este contexto hay que distinguir entre: dolor de riesgo e inevitable incomodidad. El primero, hay que evitarlo. Siempre. Por nuestro bien. Nuestro cuerpo es nuestro vehículo. The one and only. 
El segundo, es mejor vivirlo. Y se puede identificar como sensaciones de debilidad o restricción; que nos conviene desear sentir porque traen las áreas sensitivas a mayor vida y despertar. 

A veces cuando hemos llegado a este lugar de sensaciones intensas, no arriesgadas pero incómodas, ya es difícil volver a la respiración. Ya han surgido la resistencia y la lucha así que el cuerpo se tensa, el sistema nervioso se inclina hacia la alerta y la mente está en dispositivo de huida. 

Puedo recomendar dos cositas para un posible nuevo fruto en la práctica, y nuestra visión del mundo más allá de la esterilla:

1) Comienza con algún aspecto yin (contemplativo, suave, lento): puede ser un pranayama suave, un poquito de meditación, una postura de yoga restaurativo, una asana de yin yoga... Este primer paso es muy útil para establecer un estado interno de atención compasiva (en el cual es menos frecuente que nos abusemos o descontrolemos en prácticas guiadas por el ego hacia la forma y la competición). Esto explica por qué las personas que tienen una práctica previa de meditación cuando se inician en el yoga físico tienen algunas dificultades evidentes con las posturas y sus exigencias, pero su estado mental les permite surfear y navegar en su beneficio los retos que surgen. Pues la meditación nos enseña que cuando estamos presentes en lo que ocurre, todo lo que imaginamos que ocurría desparece y queda sólo la verdad, desnuda y clara.

2) Durante la práctica de los estilos más yang (calientes, musculares, activos y exigentes) muévete hacia y en las posturas desde la consciencia de la respiración. Esto te permite ir despacio, pues la respiración, que es vida, no tiene prisa y sabe esperar su momento. A la vez esta cualidad de presencia a través de la respiración nos hace sensitivos a las respuestas que da el cuerpo al movimiento.

     Instalados en este modus operandi sensitivo, inteligente y honesto creo que nos haremos menos daño y tendremos más oportunidades de traer luz a las zonas oscuras, densas o abandonadas del cuerpo. Que también son hermosas y merecen ser reconsideradas y amadas.

Además, a mi me parece que todo esto se aplica, maravillosamente, fuera de la esterilla, al colorido mundo de las relaciones humanas. Observa a los demás. Escucha, muévete despacio. Y resuelve compasivamente el conflicto, el desencanto o la dificultad. Quizás es más fácil de lo que parecía... ¡Seguro!