sábado, 30 de mayo de 2015

La mente atemporal y el desapego

      Desde el principio de mi curiosidad espiritual, investigando más allá de la materia, escuché hablar del desapego.

     Esta palabra la he nombrado, y la nombro de manera cotidiana, en conversaciones profundas y frívolas, con ligereza. Ahora entiendo algunas de sus sutilezas, y su relación con lo grueso y lo fino del estado del ser (los estados del cuerpo y los de la mente, en congruencia).


Se suele definir el desapego, en nuestro contexto, como la capacidad de llevar a cabo la acción correcta y apasionada, con nuestra máxima atención y energía, sin darle importancia al fruto de la acción. Como si entregaramos nuestro trabajo al universo, si esperar nada a cambio. Así, manifestamos que hemos comprendido que no dependemos de lo que ocurre en el exterior, sino de la fuerza profunda y divina que surge de nosotros y se expresa en acciones y creaciones que enaltecen nuestro ser, y también al resto de las personas que nos rodean. Y más allá, a toda la vida que existe.

      Para practicar el desapego con soltura es necesario renunciar al pasado y al futuro, incluso casi al presente. Así entramos en la mente atemporal, que no depende del entorno, del cuerpo ni del tiempo. La mente atemporal es la que surge cuando estamos en estado de creación, como si por nuestras venas corriera el fluido de la inspiración y se disolviera nuestra identidad individual. Todos hemos tenido esos momentos en los que desaparecemos y sólo existe lo que estamos haciendo, creando, experimentando.

Esto es la mente atemporal. Y en este estado el desapego es el resultado invitable. Si no entiendo ni atiendo al tiempo, que no pasa, ni corre como el viento, ni se esconde adentro, ni se luce afuera ¡no conozco el futuro y no espero nada! 

¿Acaso estoy muerto o apagado? ¿No tengo pasiones ni ilusiones?

      Cuántas veces confundiremos el desapego con falta de interés, cuántas veces nos dirán los demás que si algo te importa no te puede dar igual lo que ocurre.

Ignorar y aceptar no es lo mismo. El desapego no ignora el sentimiento, pero acepta esa riqueza de posibilidades desconocidas que se maniefiestan en el resultado inesperado.

No es sútil ¡puede ser una evidencia! ¿Acaso puedo asegurar que en el resultado que espero se encuentra mi máxima riqueza? El apego también es soberbia. Practicar la idea de que lo que yo quiero y espero es más correcto y adecuado que la matemática mágica del universo completando mi fórmula... Ayssssss.... Qué pequeñitos y perfectos somos, y cuánto desgastamos las puntitas de los pies para que se nos vea grandes, escondiendo nuestras inseguridades en discursos, conclusiones y asertividad.

      Para adentrarnos en la mente atemporal hay fórmulas. Por ejemplo, valorar el presente como lo único que existe, mediante la meditación, la atención, la compasión, la generosidad... Pensar en los demás acerca nuestra frecuencia vibratoria a la de la energía (el amor y la compasión son emociones de onda rápida...) y nos aleja de la materia (de onda lenta y gruesa son la ira, la competitividad, el egoísmo,...).

     También pensar en la muerte. Imaginar la muerte propia o la de los demás nos trae de golpe a la apreciación de nuestra propia vida, entramos en gratitud y abandonamos resentimientos y juicios.
Es un ejercicio de amor y de vida al cual no hay que tenerle miedo.

Bueno, abandono mi estado atemporal para fregar los platos y acostar a mis cachorros ¡que para mi mente es muy tarde!