lunes, 30 de julio de 2018

Jardín o jaula: cuestiones íntimas

      Cada cierto tiempo me propongo una virtud en la que quiero hacerme excelente (entendiendo la excelencia como mejorarme, refinarme o alcanzar mayor destreza). Veo esa excelencia como un proceso en desarrollo que, tras ser iniciado, probablemente se mantenga activo en el largo plazo. No es una conquista absoluta sino un proceso de aprendizaje.
Hace dos años me propuse trabajar en la humildad. Para mi la humildad es la capacidad de no darnos más importancia de la que tenemos, sobre todo a la hora de pensar y sentir el mundo para luego comunicarnos con los demás. También incluye darnos el valor que tenemos en el mundo ¡porque la humildad no es inseguridad! La humildad verdadera nos permite darnos el valor justo y apropiado en cada momento ¡respetando el valor justo y apropiado de los demás también!

Han sido dos años interesantes en los que sin duda he recibido grandes lecciones y, a fecha de hoy, me siento mucho más serena y equilibrada en cuestiones de reacción, compasión, relación y presencia. Diría que ha sido un trabajo fino, a veces muy difícil, que como todo lo que me cuesta me ha dolido y me ha dado placer. Es un trabajo que sigue vivo cada día.

      Mis niveles de empatía han aumentado mucho, por nombrar un efecto secundario de mi gusto. Aspiraba a anular todas las voces competitivas de mi interior por el placer de no tener que negociarlas, pero siempre queda algún momento en el que alguna de esas voces pretende que me tome en serio la tarea de compararme o juzgar a alguien. No es muy molesto y, en cierto modo, va bien porque me recuerda de dónde vengo y dónde estoy. Creo que a veces nos pedimos demasiado a nosotros mismos. Los pensamientos que no nos gustan no tienen porque ser atendidos ni tomados en serio. Llevamos una larga historia de novelas y fábulas heredadas de nuestro entorno, y no siempre es posible borrarlas y retirarlas del paisaje. Basta con elegir algo que realmente se parezca a la historia que queremos escribir nosotros, hoy, aquí, honestamente.

Para el siguiente ciclo de mi vida me propongo trabajar en esta idea que llamo  Jardín o Jaula: la flexibilidad y el encuentro con el punto medio

      No creo necesitar aumentar mi flexibilidad física para mejorar mi vida (aunque podría hacer cosas increíbles para impresionar a los demás ¡lo cual no sería muy humilde!). Sin embargo, creo que encontraría grandes beneficios en mi vida diaria si pudiera organizar mi cerebro para reconocer en todo momento cuál es la opción más sensible, íntegra y abierta. Sin confusiones ni tribulaciones éticas. 

Durante los últimos años me he cuidado mucho a nivel de hábitos de vida. De tan íntegra y ética que he querido ser me pregunto si no habré rozado alguna frontera en mi interior, creando aroma de rigidez en algunas cosas. Ahora que tengo hijos también tengo claro que creo en la moderación, el punto medio, los lugares de encuentro, el saber ceder y tener capacidad de escucha. Creo que es importante cuando tenemos hijos que podamos transmitirles un alto grado de adaptabilidad y flexibilidad. Para que se comprenda mejor de que hablo quiero darle los matices necesarios. 

       A nivel neurológico existe un estado de orden en  el que sentimos que las cosas están bien y podemos evitar las orillas del caos y la rigidez para vivir en la corriente flexible de la salud mental y la felicidad. Daniel Siegel explica muy bien esto en su libro El Cerebro del Niño, y es un concepto en el que pienso a menudo. Tanto el caos como la rigidez son estados de desintegración neurológica. La integración se da cuando ambos lados del cerebro trabajan juntos y en sintonía; nos permite pensar con claridad y experimentar emociones y darles su lugar. Cuando estamos desintegrados nos superan las emociones, estamos confusos y actuamos de manera caótica. 

Para mí la rigidez es la sensación que experimento cuando tengo que saltarme mis propias normas para adaptarme a un contexto y me asaltan dudas éticas y de sentido. O cuando tengo que tomar actuaciones respecto a mi misma o los demás que no resuenan con mis códigos y mi estilo de vida (por ejemplo puedo sumergirme en dolores de gran magnitud sin tomar medicación; aunque racionalmente entiendo que me haría bien en un momento dado, emocionalmente me angustia usar drogas sin necesidad). Esto que cuento va mucho más allá de lo ideológico, de hecho no son especialmente importantes las ideas aquí, sino la aplicación en el día a día de mis valores sabiendo que vivo en un mundo de diversidad y grandes corrientes generales de pensamiento colectivo. 

Generalmente estoy muy satisfecha con mis niveles de integración neurológica. En ese sentido sé que no soy una extremista cuando me veo en un contexto compartido, y eso me alegra. Hay cosas en mi vida que me recuerdan que sí conozco los puntos medios y los práctico cada día. En una familia, inevitablemente, se afinan mucho los artes de resonar, ceder y negociar. Una proyecto de pareja como el que tengo no llega a estar más de veinte años en felicidad y salud sin haber aprendido a negociar y encontrar los puntos medios así como a respetar las diferencias y los códigos personales. Tampoco se puede tener buena relación con los hijos si no sabemos poner nuestra manera de pensar de lado para crear nuevas maneras colectivas de pensar.

      Entonces ¿por qué tengo esta idea de jardín o jaula rondándome? Porque cuando la puerta de la jaula ya está abierta y estamos saliendo de ella, y el jardín y sus aromas están ya bajo nuestros pies, es el momento en el que no debemos dejar escapar la lucidez necesaria para aterrizar en el jardín de la integración plena y totalmente, soltando anclas y amarras del pasado. En el jardín no hay fricción en el cambio de rumbo ni resistencia a los cambios de guión, sin embargo hay un diseño superior del orden de las plantas y las flores que cree en la estrategia y el proyecto como maneras de sembrar coherencia y éxito.


En realidad, para que engañarnos, estoy apostando en este momento de mi vida por la salud mental en su máxima expresión. Muchos de los que me conocen quizás vean estas ideas como una exageración considerando que la mayoría me tienen por especialmente cuerda y serena. Pero a mi no se me borran las  experiencias que la vida me ha traído a través de una enfermedad mental muy grave de mi padre. Las fronteras entre salud y enfermedad son finas, más de lo que pensamos a veces. Por eso, por esa genética, esa memoria, esos surcos que no quiero olvidar, me comprometo a dejar legado y cura a los que vienen detrás de mi. He aquí mi proyecto para los siguientes años. Jardín. Jardín. Jardín. Para mí y para todos. A ser posible ¡tropical y colorido!




* Ilustración Jennifer Tyers 
www.jennifertyers.com