martes, 31 de octubre de 2017

Enseñanza Inspirada (VI): Individualidad y Aprendizaje


      El alumno no es un apéndice del profesor. Tiene una individualidad única, y tiene derecho a interpretar las enseñanzas y la práctica de una manera personal. Hemos de prestar atención a los dogmatismos, en nosotros y en los demás. Vivimos en un universo de infinitas posibilidades ¡no lo reduzcamos con nuestra estrecha mente! 
En el intercambio alumno - profesor, existe una línea horizontal que mueve el conocimiento y la sabiduría de manera bidireccional; escuchar y aprender de ese intercambio es una labor muy noble y necesaria para mejorarnos.
¿Por qué pongo este tema en la mesa de nuestra enseñanza inspirada? 
      Me considero más alumna que profesora de yoga. Con gusto y dignidad desempeño mi labor voluntaria y apasionada de educadora, pero no olvido nunca que el espacio donde todo ocurre es en la integración de los conocimientos y prácticas en mi propia vida. 
Aprecio mucho a las escuelas y profesores que tienen personalidad, y que esas escuelas quieran crear identidad, sello y personalidad. Esto no es incompatible con recordar que, así como no habrá dos cuerpos que interpreten de igual manera una postura, no habrá dos mentes que aprendan y elaboren de la misma manera, y no habrá dos corazones que sientan igual.
      Si como alumnos apreciamos que se respete en una sala nuestra individualidad, como profesores hemos de renunciar a la tentación de estandarizar conocimientos y prácticas. 
Mantener una mente escéptica, que duda de lo que sabe y espera a que la experiencia le demuestre la validez de sus ideas, da lugar a un espacio de libertad que el profesor experimenta dentro de si mismo y que el alumno percibe al recibir las direcciones de su práctica.
      En una clase ideal, cada alumno debería salir sintiendo que disfrutó de una clase adaptada a sus necesidades. No digo que sea fácil, pero buena instrucción verbal y ligeros ajustes personales, si hubiera posibilidad, pueden dar lugar a una enseñanza multicolor que permita la expresión de las diferencias y talentos únicos de los alumnos. Basta con hacer saber al alumno que lo fundamental es la validez que tiene lo que hace para sí mismo, no para el libro de yoga, ni para el profesor senior ni para el compañero experto que está al lado. La validez de nuestro yoga viene dada por su capacidad para traer éxito y abundancia a nuestra vida en forma de salud, claridad mental y bondad. 
Una cualidad suave en la textura de la mente mantiene al tejido que aprende (la neurología que se reparte por todo nuestro cuerpo) versátil y disponible. Así, las ideas nuevas pueden hacerse sitio entre los hábitos y las certezas manteniendo la curiosidad eternamente viva. Como decía Einstein “Yo no tengo ningún talento especialmente, simplemente soy apasionadamente curioso”.
      Creo que desde este lugar podemos defender esa individualidad que aprende, sin separarnos los unos de los otros, honrando nuestras curiosidades y experiencias plásticas y diferentes.

El profesor que incluye estas ideas entre sus intenciones jamás se sentirá herido cuando alguien duda de lo que enseña o toma un camino diferente, pues sabe que hizo bien su trabajo. Ese profesor sabe que no es imprescinidible ni creador de tendencia, sabe que en su práctica diaria está su éxito. No en ser imitado ni seguido ni adulado. ¡Qué paz! ¿No?



* Ilustración: Helena Pallarés