sábado, 23 de septiembre de 2017

Enseñanza Inspirada (V): Respeto, curiosidad y admiración

      Considerando que tengamos el privilegio de estar enseñando o educando con el lenguaje del yoga, frecuentemente nos encontraremos en una esterilla mirando hacia un espacio en el que habrá, al menos, una esterilla más. Es importante cómo miramos a esa otra esterilla, a la metáfora que en ella se desarrolla y a la persona que representa el teatro de las posturas en su propio cuerpo. 
      La primera vez que me puse en una esterilla en el lugar de profesora se me hizo muy extraño. Me sentía separada de las demás personas de la sala, perdida en esas miradas que se dirigían hacia mi, pensando en qué habría detrás, sin asumir que yo era el foco de esas miradas. 
A pesar de mi torpeza, y mis escasos recursos pedagógicos, tras esa primera clase decidí que este era el trabajo más bonito que había hecho nunca (por las sensaciones que emanaban de todo mi cuerpo).
     Quiero contextualizar esta sensación. Esto fue hace exactamente diez años (mes de Septiembre de 2007). Llevaba más de cinco años trabajando en moda, y tenía en ese momento un trabajo precioso como diseñadora, que me gustaba y me permitía expresar mi creatividad. Sin embargo, nunca me había sentido en un lugar tan hermoso y tan útil como en aquella primera clase con cara de pez. Nunca había experimentado el placer de cuidar de los demás a la vez que trabajaba. 
      Desde el principio sentí mucho respeto por las personas que se acercaban a mis clases, incrédula de que les resultara una experiencia completa y suficiente viniendo de una profesora tan novel (¡aún me siento así muchas veces!). 
Han pasado muchas estaciones en mi vida personal desde entonces y en esta profesión he ido sumando horas de vuelo (como me gusta llamar a las horas de enseñanza ¿acaso no es el profesor un piloto?). Gracias a esas estaciones y esas horas he ido sacando algunas conclusiones (que imagino que habrán variado bastante dentro de diez años) y hoy quiero hablar de algunas de esas conclusiones, que son pequeños mapas para mi día a día.
     En cierto modo, cuando enseñamos aspiramos a meter la pata lo menos posible. No significa evitar todos los riesgos, significa evitar precipitarnos. Creo que un buen principio para observar el mundo desde la esterilla del profesor es mirar a todos los alumnos como si fueran héroes. Cada uno de ellos organizó su vida (tiempo, finanzas, familia, trabajo,…) para estar aquí en este momento (incluso el que llega tarde). Puesto que la experiencia es grupal no debemos permitir faltas de respeto repetidas por parte de nadie en cuanto a horarios y formas. Sin embargo, un alumno que ocasionalmente llega tarde, ha de ser saludado, honrado e invitado a la clase (no sabemos qué se puso es un camino, ni cómo fue su día, ni la necesidad de cariño y atención que puede tener,…).
      El profesor de yoga es un orientador en la creación de espacio interior. Primero hemos de crear espacio en nosotros mismos para mirar a cada estudiante sin prejuicios, y no juzgar su experiencia o práctica como buena o mala. Si algo nos irrita especialmente en algún alumno, hemos de reconocer y acoger esta realidad, haciéndonos responsables de la parte que nos toca en cuanto a actitud, creencias, aversiones y apegos.
Considero muy positivo mostrar mucha curiosidad a la hora de observar, sin dejar que nuestro conocimiento formal se interponga en el encuentro humano, y permitiendo que  nuestra sabiduría experiencial fomente este encuentro desde el respeto.
      Si conseguimos crear un contexto en el que el alumno, de manera segura y valiente, pueda explorar y descubrir caminos nuevos, permitiremos que lo que se ha abierto en su conciencia no se vuelva a cerrar (conocimiento, claridad, inspiración,…). Si en el espacio seguro y recogido de nuestra esterilla, bien acompañados, bien sentidos, bien nutridos ¡y un poco perdidos! podemos descubrir quiénes somos, y admirarnos un poquito, se abre un camino en el que una sana confianza y una madura valentía pueden surgir en la vida cotidiana, generando el cambio y las nuevas realidades interiores que están deseando manifestarse. 
     Vivekananda decía que la educación es la manifestación de la perfección que ya existe en el hombre. ¿No pensáis que si damos el contexto adecuado, y esas perfecciones se manifiestan, el practicante empezará a admirar esas perfecciones y moverse por el mundo consciente de ellas?
¿Y qué son esas perfecciones? Quiero aclarar, porque la perfección en nuestra cultura es algo culminado. En este contexto yo comprendo las perfecciones como virtudes. Y comprendo la virtud como habilidad sublime no completada, pues está en desarrollo y maduración, eternamente.  La perfección es algo vivo que se despliega, y lo hace especialmente bien cuando las circunstancias son propicias. ¿Quiero decir que las circunstancias lo son todo? Son mucho, pero no son todo.
      Lo decía Ortega y Gasset: yo soy yo y mis circunstancias. Si yo, como profesora, consigo crear las circunstancias, al practicante ya le queda solo la mitad del trabajo. Y eso es enseñar. Enseñar es navegar en equipo. Es compartir proyecto, sudores, miedos, pasiones y propósitos. Para educarnos juntos hemos sentirnos juntos. Y el profesor puede, con su respeto, su admiración y su curiosidad desbordantes, hacer sentir a sus alumnos que está con ellos, que siente con ellos, que respira con ellos y que cree en una relación horizontal bi-direccional entre el que enseña y el que recibe. En lo abstracto de estas direcciones invisibles, llega un momento en el que todos nos damos cuenta de que todos estamos enseñando, y todos estamos aprendiendo. El profesor que olvida que está aprendiendo, está perdido en sus certidumbres y en sus hábitos. Cuanto más tiempo llevamos enseñando, más riesgos. Hagamos como les pedimos a nuestros alumnos, mantengamos la mente del principiante viva y despierta, sin apolillarnos, sin dormirnos, admirándonos.


     Hoy quiero mencionar algunas maneras de traer estos conceptos a la práctica, para que se vea qué significan para mi.
      No debemos nunca asumir que una persona con un problema de salud, o una limitación en su movilidad, es débil. Cualquier cuerpo impulsado a explorarse descubre talentos inexplorados. Todo cuerpo vivo guarda y conserva espacios de fuerza, es nuestra labor descubrirlos. Así, el que se siente débil, puede salir de su sesión de yoga motivado de sus progresos. Probablemente seguirá practicando porque descubre su poder interior a través de su práctica. 
Para promover esa admiración del alumno hacia sí mismo podemos siempre animarle a superarse (sin violencia), a cultivar su resiliencia, evitando la pereza, y a usar su respiración y su actitud para encontrar placer en los desafíos y los esfuerzos. Así como hemos de ser sensibles cuando alguien está forzando una postura, perdiendo elegancia y gracia, debemos ser sensibles a aquel que sólo pone la mitad de sus recursos en marcha. 
      Nuestra práctica de yoga no es el contexto en el queremos guardar la energía, porque todo lo que ponemos nos viene devuelto y multiplicado en vitalidad y bienestar. ¡Es un buen lugar para invertir! Cuando invitamos a los alumnos a poner más pasión en las posturas considero más seguro hacerlo verbalmente, y no con ajustes manuales. No creo que debamos ajustar para ayudar al alumno a avanzar en las posturas, sino para que pueda sentir el cuerpo mejor colocado. Es mejor que el alumno avance a su ritmo y con sus recursos hacia su siguiente nivel, y allí dar el ajuste si estamos seguros de que es necesario. Personalmente, las pocas veces que me he hecho daño guiada por otro profesor han sido veces en que me han movido el cuerpo allí donde yo no podría haberlo hecho con mi propia fuerza, con lo cuál no estaba protegida por mi propia musculatura ni con mi conciencia corporal.
     Tengo también algunas ideas respecto al dolor. No puedo crear ciencia ni corriente de pensamiento, pero puedo compartir mi experiencia. He visto que hasta las personas que decían sentir dolor todo el rato, han encontrado un puente en ese dolor hacia más libertad usando posturas y respiración bien combinados y adaptados. Si yo hubiera atendido sólo a su dolor a la hora de guiarles, no les habría propuesto hacer nada. Sin embargo, a veces es más completo atender al dolor tanto como a la posibilidad, y la vía, para encontrar el espacio sin dolor. Detrás del dolor, normalmente, hay libertad de algún tipo. La falta de movimiento en general aumenta el dolor, así que lo ideal será siempre encontrar el máximo movimiento posible con el menor dolor posible. Interpretar esto de manera adecuada es importante. Los resultados en este contexto son lentos, pero están asegurados si guardamos fe y una buena praxis. Personalmente, cuando viene alguien a mi consulta privada y siento que no estoy preparada para ayudarles se lo hago saber. No soy profesora de yoga terapéutico, aunque uso el yoga para trabajo terapéutico. Incluso el yoga en algunos momentos puede ser una opción inadecuada, y es bueno darnos cuenta.
     Respecto a mi propia práctica también tengo algunas conclusiones. A veces, practicar con un poco de dolor es mejor que no practicar. Aunque todo depende del tipo y el origen del dolor. Movilizar suavemente, respirar profundamente, sentir el cuerpo, aunque sea en la mínima de las expresiones, casi siempre es lo mejor. Y mejora mucho el ánimo, que es lo que más afectado queda cuando tenemos dolor o limitaciones. Hasta hace poco no había tenido ninguna lesión, y ahora que la he tenido he llegado a esta conclusión tras explorar múltiples caminos. Por supuesto, esto es sólo mi experiencia personal. Creo que amo tanto el yoga que estoy dispuesta a pagar con un poquito de dolor excepcionalmente, a cambio de una práctica estimulante y renovadora. ¿Será vicio o que me encanta ese momento al final de la práctica en el que puedo admirar mis jóvenes virtudes madurando?

Y aquí cierro tema. En este artículo he querido mojarme sin empaparme. Espero haberos salpicado de algo fresco y vibrante.

Gracias por vuestra escucha y atención. Dejo estas conversaciones abiertas, no dudéis en escribirme con dudas, consultas, correcciones, sugerencias u opiniones a diana@samyamayogaibiza.com



* Ilustración Lucy Rose