En unos días estaré en Barcelona en la escuela de Rocío Ramos (Yoga & Yoga Barcelona) para dar una Masterclass a los alumnos en formación. Éste es uno de los contextos más emocionantes en los que puedo encontrarme. Compartir con personas que aman el yoga y están en proceso de indagación y receptividad me recuerda y renueva que en ese mismo lugar estoy yo ¡y es donde deseo estar siempre! Lo más peligroso que le puede pasar a un profesor es pensar que ya lo sabe todo, tanto como es un obstáculo pensar que porque no lo sabemos todo no estamos preparados para compartir lo que sabemos.
En el proceso de hacernos preguntas aprendemos. Ese aprendizaje que se da es más importante que tener todas las respuestas. Por eso me gusta siempre decir que yo tengo mis puntos de vista, y sé porque creo en ciertas cosas y en otras no a la hora de enseñar y practicar. Sin embargo, no doy por sentado que todo el mundo deba pensar así, ni mucho menos que los que piensan diferente no tienen sus razones. Mis ideas y creencias se basan en mis conocimientos, orientación y experiencias. Y, para mi, son válidos acercamientos a la práctica. Por eso los ofrezco como propuestas, sabiendo que no serán del gusto de todos siempre pero confiando en que abran procesos de indagación para todos. Más que a creer en mi, me gusta invitar a los alumnos a escuchar, preguntarse, observar, experimentar e ir definiendo los espacios que son verdaderos y están validados por la experiencia personal. Las respuestas nunca serán absolutas y eternas. Sin embargo, la mayoría de las preguntas lo son. Las respuestas cambiarán (como avanzan nuestra ciencia y nuestra conciencia). Sin embargo, la preguntas quizás serán siempre las mismas. A veces las respuestas nos valdrán durante un tiempo, y otras veces acabarán caducando o morirán con nosotros.
Con esto dicho, entro al tema.
Cualquier profesión está sometida, en su ámbito, a una gran variedad de tensiones, esfuerzos o constricciones. Como profesores o educadores, más allá de la alegría que podemos experimentar sabiendo que nuestro trabajo ayuda a la gente a sentirse mejor, existe un pequeño mundo de dificultades que está bien conocer.
Hoy hablaré especialmente de una de ellas, brevemente y sin drama pero con claridad (o eso espero). Cuando esta dificultad ha sido comprendida, integrada y superada, navegaremos con mayor facilidad y suavidad en nuestro mar de servicio y compromiso personal y profesional.
Nuestra vida como profesores de yoga será muy difícil si creemos que debemos ser los que más sabemos de todo, los que mejor hacemos las posturas, los que más meditamos, los que tenemos la vida más resuelta y los que hemos superado todos las inseguridades. Tendremos mucho ruido en la cabeza, y mucha inestabilidad en el corazón, si estas ideas enraízan y crecen en nosotros.
La buena noticia es que podemos ser muy buenos profesores aunque no lo sepamos todo, aunque algunas posturas no nos salgan, aunque nuestra meditación diaria sea breve, aunque tengamos retos en nuestra vida privada e incluso conviviendo con todos los temores naturales que conlleva estar vivos.
¡Esto no significa que cualquiera puede ser un buen profesor de yoga! No me entendáis de manera confusa. Lo que intento decir es que el profesor de yoga es una persona común, que vive y respira en este mundo. Puede ser diferente en su propósito u orientación profesional, pero eso no le sitúa flotando en una cúpula de oro rodeada de nubes esponjosas.
Todo profesor encontrará grandes dificultades si piensa que tiene que ser el mejor en todo en todo momento. Lo importante, y lo único que podemos controlar, es que seamos los que mejor nos hemos preparado la clase o el tema que estamos impartiendo, en ese momento. Ese es nuestro área de trabajo; estar preparados para la aventura de enseñar lo que nos hemos propuesto enseñar.
Cuanto más avanzo en mi profesión con mayor frecuencia me encuentro enseñando a alumnos y profesores que están ya muy formados y tienen experiencia. Gracias a esto me he dado cuenta de que no hay nada que demostrar, porque basta con presentarme con naturalidad y disfrutar de compartir con gente madura y sensible mi visión del yoga, sin dogmatismos pero con claridad. No sería capaz de hacerlo si pensara que tengo que ser mejor que ellos. Me basta con pensar que lo que aporto es relevante y complementa lo que ya conocen, asumiendo que siempre encontraré personas que me aventajan en algunas áreas de la práctica. ¡Y será algo que celebremos juntos! No es una ventaja estar rodeados de gente que sabe menos (aunque nos dé más seguridad temporalmente), considero un gran honor y privilegio estar rodeada de gente que sabe y tiene experiencia. Me anima a seguir puliéndome.
El campo en el que más evidentemente encontraremos las diferencias es en el del asana, porque es la capa más visible de nuestra práctica y enseñanza. Primero, no hemos de identificar flexibilidad con práctica avanzada (obvio, pero muy frecuente). Una práctica avanzada implica integridad antes que flexibilidad, y eficiencia antes que estética. Implica un buen equilibrio de fuerzas y sentido común para una gestión apropiada de la energía y de los esfuerzos, tanto como el arte de integrar los espacios de liberación. El buen profesor conoce su cuerpo y tiene un elevado grado de dominio sobre él, pero habrá muchas cosas que por interés personal, ideología, estructura ósea, entrenamiento o historia física y psicológica no podrá o querrá hacer. Eso, más que negativo, es positivo porque le ayudará a comprender y guiar a otras personas a través de las mismas experiencias. Más que pensar en superar esas limitaciones bastará con integrarlas sin esconderlas, y seguir un principio de no elusión de lo difícil, sin por ello imponer violencia en nuestra práctica.
Conozco algunos profesores estupendos que no son especialmente flexibles, pero no conozco ningún profesor estupendo que no sea humilde, buen comunicador, buen oyente, compasivo y esté bien formado en la especialidad que enseña.
La aproximación ideal en este contexto, para cualquier profesor, es mantener el compromiso con la práctica y la auto indagación (sobre todo en casa), recordando que el 90% de los beneficios de nuestra práctica de asana se encuentra en el 10% de las posturas que hacemos (Krishnamacharya). Esta información es útil de cara a ayudarnos a reducir nuestra obsesión por crear siempre cosas absolutamente nuevas, y volver a los fundamentos de la práctica: implicar a todos los movimientos de la columna, explorar todos los rangos articulares del resto del cuerpo, respirar de manera estable y mantener el equilibrio entre esfuerzo y comodidad hasta establecer nuestra práctica en ese lugar dulce de ecuanimidad y riqueza. No creo que se espere mucho más de un buen profesor, a nivel de su propia práctica física. El resto lo hacemos por el placer y por la aventura de progresar, pero no para validarnos frente a nada ni nadie.
El mito que debemos romper es la asociación entre el nivel de práctica de asana y el nivel de calidad de un profesor. Aunque, naturalmente, en la mayoría de los casos, los profesores suelen tener un nivel intermedio o avanzado de asana, no debemos establecer relación única entre estos dos elementos. Cuando la identidad de un profesor se asienta en el asana éste asume el riesgo de perder su reino de claridad e inteligencia para hundirse en las aguas confusas y densas del ego (la supervivencia y la competición) nublándose su corazón en una batalla de humo.
En el largo plazo, lo que queda de un practicante de yoga es su capacidad para haberse establecido en integración consigo mismo y con lo que le rodea. Las consecuencias naturales son compasión, honestidad, integridad, compromiso, servicio y humildad. El equivalente de un cielo azul, limpio y luminoso.
Además, por supuesto, un profesor tiene la responsabilidad de tener suficiente conocimiento como para acompañar a sus alumnos avanzados a ir allí dónde él no ha llegado, o derivar a sus alumnos a un profesor adecuadamente preparado para ello.
Otro mito (metáfora y paralelo del anterior) es la relación entre la fama de un profesor y su calidad. Aunque la mayoría de los profesores de buena reputación son buenos profesores, muchos profesores que no son famosos son muy buenos, quizás tanto como los otros en algunos casos. La fama no siempre es equivalente de calidad, porque a veces es simplemente reflejo de una orientación natural de ese profesor hacia el marketing y la comunicación, o debido a una personalidad más extrovertida. Los profesores tímidos o introvertidos también son bienvenidos en esta profesión. No hay obligación ninguna de llegar a ningún lugar concreto. Como profesores, si tenemos interés en superar esta dificultad (identificar fama con buen profesor y viceversa), tengamos el suficiente discernimiento como para ver a las redes sociales y los medios de comunicación como escaparates de cierto tipo de ideas, sin considerar esas ideas como definiciones de la realidad. ¡Y mucho menos como definiciones del yoga! Se nos advierte muy claramente en la literatura clásica del yoga: la ignorancia es el mayor peligro al que nos enfrentamos. La ignorancia (avidya) no es la falta de conocimiento específico, es poner la verdad allí donde sólo hay experiencias e ideas temporales.
En resumen, el buen profesor no tiene por qué ser el que hace las posturas más impresionantes ni el más famoso. Aunque puede serlo. El buen profesor se define más bien porque es un buen estudiante y no tiene dificultad alguna en reconocer que está aprendiendo. El buen profesor mejora con la experiencia, pues cada hora de enseñanza se posa en su lomo con un peso suave y sereno. Sin embargo, no olvida que su experiencia es limitada y siempre está evolucionando. A pesar de las tentaciones naturales, el profesor maduro elige no compararse sino inspirarse, elige no competir sino cooperar, elige renunciar a ser modelo de posturas y poses para vivir como modelo de responsabilidad y coherencia. En definitiva, el buen profesor se concentra en hacer bien su trabajo de profesor y de estudiante, y en vivir libre y feliz en su interior.