lunes, 9 de julio de 2012

On the road: tantos tesoros (refugios para practicar)

     Muchas veces he planificado y he hecho lo posible por controlar mi práctica.
He diseñado mi sadhana muchas veces, y he tenido que adaptarla, siempre.

La mayor concentración de adaptaciones por semana se ha dado en la maternidad. Una corriente permanente de cambios ha remojado y encogido cada uno de mis propósitos. Y más que profundizar en mi práctica, he profundizado en el sentimiento de frustración.

Empecé a practicar gracias a que mi padre se enamoró del yoga y a la edad de 18 me arrastró a mi primera clase. Supe que algo distinto estaba pasando en mi cuerpo, porque lo había movido mucho en clases de danza, y esto era algo más que movimiento. Percibí lo que Iyengar llama "el efecto metabólico de las posturas".

    Las épocas más sanas y felices de mi vida han estado directamente vinculadas con la presencia de práctica constante. No excesiva, pero constante. A veces pensamos que se trata de practicar 3 horas al día para alzanzar la serenidad. Yo he descubierto, en mi persona, que prácticas más cortitas, con sabor a gloria en una agenda imposible, causan oleadas de paz que borran la tensión rápidamente.
De hecho, 10 minutos de pranayama le dan rápidamente la vuelta a una tortilla que se estaba quemando.

    Hoy quería compartir un tesoro reluciente que se ha cruzado en mi camino.
Mi patrón de sueño ha sufrido mucho en la crianza, durante más de un año no experimenté ninguna noche con más de 3 horas de sueño seguidas. Las interrupciones múltimples causaron en mi sistema nervioso goteras que parecían cataratas y ya no conseguía dormirme (conocí el insomnio).
Y en este desierto encontré un tesoro. Mi cuerpo se despierta muy prontito, solo, aunque me haya dormido de madrugada. Así que escéptica y en silencio me dirijo a mi práctica, mientras todos duermen.
Mi hija, cuyo olfato ya no está centrado en mi presencia, sigue durmiendo, y casi siempre salen ratos largos de cuerpo, respiración y relajación.
Todo consciente. Cuando se despierta, con desapego, me levanto y me dirijo hacia mis compromisos ¡esto sí es serenidad!
Cuento esto para animar. En los lugares más inesperados, si nunca dejamos de pensar que todo marcha bien, encontramos en forma de tesoros los regalos de la paciencia y el tiempo.