sábado, 2 de mayo de 2015

Purismo sin pureza

      Acostumbro a mantenerme ecuánime y neutral, sin irritarme por posturas ajenas o diversas.

Hoy quiero posicionarme claramente. No me gustan los purismos. Me gusta la pureza.

¿Cómo diferenciarlo? Para mi, como casi todo, identificar lo que se contrae de lo que expande es una cuestión de sensibilidad. Cuando una persona habla con amor, aunque se distinga ligeramente de los demás, podemos hablar de pureza. Cuando para describirse a si misma la persona usa la comparación con el otro, sólo se defiende, entonces es un purismo; el apego a una identidad (propia o colectiva) por seguridad más que por sentimiento.
Aquí percibimos el miedo a la soledad, y también el miedo a la disolución. Aunque... ¡quién no lo tiene!

      Cuando alguien habla con vehemencia y desprecio, podemos ver el espacio estrecho de pensamientos y creencias en el cual circula su razonamiento. Una mente amplia no desprecia, sólo observa. Evoluciona ¡es plástica y flexible!

El desprecio y la falta de interés por lo desconocido me despiertan mucha desconfianza. Si los niños tuvieran alguna de estas dos actitudes no sobrevivirían, al menos no con alegría y plenitud.
¿En qué momento de la vida perdemos esa apertura? ¿El corazón curioso cuando empieza a desconfiar?

      El tema de este post lo suscita una conversación mantenida con un profesor de yoga el otro día. 

Esta persona, hermosa sin ninguna duda, me explicaba su desinterés absoluto por conocer o escuchar planteamientos complementarios diferentes a los del linaje en el que se había formado. Mientras le escuchaba no entendía el triunfo interior de alguién que siente que lo ajeno y desconocido no puede aportarle. Sentí pena. 

      El fin último de los yogis es y era la iluminación, la fusión con el todo: un estado sin diferencias ni separaciones.
Así pues, me parece poco probable llegar desde un estado de separación a ningún lugar ¡y menos a la felicidad!

Nos empeñamos en diferenciarnos los unos de los otros; por cómo comemos, pensamos, respiramos, vestimos, vivimos, viajamos, hablamos... Y eso lo hacemos en la noble tarea de dibujar y llenar de fronteras nuestra identidad. Identificándonos, desafortunadamente, con el ego, en vez de con las infinitas posibilidades del universo. Y en el contexto del yoga ¿de verdad pénsamos que poner una asana antes o después cambiará la calidad del maestro o del estudiante? ¡Qué pequeñita se queda la vida entonces!

      La ciencia y el conocimiento del Yoga son tan extensos, amplios, ricos e infinitos que nos invito a todos a sentir que tocamos oro cada vez que nos acercamos a cualquiera de sus expresiones. Brillen más o menos. Desde el respeto y la propia experiencia, sin duda ni dilación, aterrizamos en una bibilioteca infinita de lenguajes ¡para que todas las personas puedan entenderlo!

Desde dentro y desde fuera, seamos amables y suaves, reconociendo nuestra ignorancia sin defendernos. 
La pureza es un estado del corazón, y nos permite mirar a través de un filtro muy limpito y luminoso a los demás...

Además... ¡se trata de ser felices! No hay gusto ni paz en la separación...