martes, 26 de julio de 2016

Pasión y desapego

       He pensado que hablar del desapego en solitario puede dejarlo huérfano, tuerto o cojo. El mundo simbólico personal y cultural en el que desarrollamos nuestra vida los occidentales aporta a esta palabra una cualidad de desidia o frialdad, y no viene al caso.

Porque lo que yo quiero es hablar de pasión. Pasión es ese motor que nos hace abrazar cada hueso y recorrer cada respiración como si fuera la última vez que lo hacemos, exprimiendo y explotando la maravilla que representa estar vivos en este cuerpo.

      No estamos aquí para decorar, sino para vibrar y calentar el mundo con nuestra presencia. No estamos aquí para levantar un dedito pidiendo permiso para mirar al frente, estamos aquí para alzar los brazos y gritar muy fuerte que hemos venido a brillar, amar y crear belleza. 

Y esto se puede aplicar a esa asana que suda, y a esa relación que tiembla. Es darlo todo en cada momento, impecables en cada detalle de lo que se ve y lo que no se ve. Lo que decimos y lo que pensamos queda grabado en todo. No se trata de decir cosas amables, se trata de ser amabilidad. Tampoco se trata de decir que estamos enfadados, se trata de ser enfado y claridad y límites nítidos.

      Dice el Dr. Mario Martinez que la longevidad y la salud tienen mucho que ver con la asertividad. Que las personas con menos capacidad para la asertividad y con límites difusos tienden a tener un sistema inmunológico más débil y más tendencia a la enfermedad. Tras entrevistar a muchos centenarios sanos y felices ha observado algunas cualidades comunes en todos: asertividad, saber enfadarse cuando es necesario (no el enfado crónico que estropea la salud), un narcisismo inclusivo (regocijarse en la propia belleza sin dejar de ver y apreciar la de los demás),... son todo cualidades de centenarios sanos...
Interesante ¿no? parece que esto es vivir con pasión...¡durante mucho tiempo!



Y el desapego ¿qué juego tiene en esta partida?
Espiritualmente se podría describir el desapego como la capacidad de entregar nuestras acciones a una inteligencia superior y que ésta distribuya los frutos. Es saber que nosotros no somos lo que hacemos, aunque lo que hacemos dice mucho de nosotros.  


El éxito o el fracaso no existen en una mente desapegada, pues el éxito es hacer las cosas y no lo son sus resultados. Esta cita lo explica muy bien "If you want a confortable journey of life, then reduce the luggage of expectations" (Si quieres un viaje cómodo en esta vida, reduce el equipaje de tus expectativas). El sufrimiento surge en gran medida cuando esas expectativas que arrastramos no se cumplen. 

De ello se deduce que hay que dejar vivos los sueños, la pasión, la inspiración y la visión, y débil el apego al resultado.

Es más ¿cómo sabemos que un resultado no es bueno? Nuestros propios conceptos de lo bueno y lo malo están condicionados por una mirada breve y estrecha de la vida... ¿Y si todo fuera a nuestro favor en este macro plan que es nuestra vida y su impacto en el mundo? El desapego tiene mucho de confiar y soltar... ¿nos rendimos y volamos juntos?



Os dejo esta historia:

Una historia china habla de un anciano labrador que tenía un viejo caballo para cultivar sus campos. Un día, el caballo escapó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaban para condolerse con él, y lamentar su desgracia, el labrador les replicó: «¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe? Una semana después, el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su buena suerte. Este les respondió: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?». Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de aquellos caballos salvajes, cayó y se rompió una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¿Quién sabe?». Una semana más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Cuando vieron al hijo del labrador con la pierna rota le dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?