sábado, 17 de junio de 2017

Cuando mis piezas interiores se reubican

      Cuando mis piezas interiores se reubican cambia el juego en el tablero, y esto me exige
 que desarrolle nuevas habilidades. Me doy cuenta de que según pasan los días de la vida he de mirarme con menos miedo en el espejo que me hago a mi misma. Parece a veces que estoy en un bucle infinito, que empieza y acaba donde estoy yo. Y hasta que no reconozco que es una película, y que el tablero es un juego, el drama no se transforma en aventura.

Según caminamos nos vamos encerrando en las identidades que nos hemos creado, y olvidamos que vaciarnos es aún más necesario que llenarnos. Realmente, más que llenarnos, se trata de que cuando nos vaciemos dejemos que emerja algo de dentro. Esto que emerge es el néctar del ser: la perfección divina en cada uno de nosotros.

      Cuando la experiencia humana se encoje, y no vemos el espacio disponible, todo cambia de color. Lo llamamos cambio de ánimo. Y sólo un milagro puede transformarlo. Un milagro, según Marianne Williamson, es un cambio de percepción. Cuando cambiamos la manera de mirar al mundo, el mundo entero cambia. Entonces ese mundo, por fin, nos devuelve la mirada limpia y clara. 

Quiero decir aquí que esto no es siempre fácil y que mi optimismo natural es una esperanza espontánea, pero no estoy ciega a los retos que implica la vida, ni a los techos de cristal que encontramos mientras subimos por la escalera de nuestro desarrollo personal. 

      Experimento sufrimiento como todo el mundo, en algunas épocas muy poco, y en otras mucho. Mi sufrimiento siempre me ha puesto de frente a la maravillosa libertad de tomar decisiones respecto a mi presente, releyendo el pasado y reescribiendo el futuro. He observado que el sufrimiento se vincula al miedo, más que a la experiencia que vivimos. El miedo puede referirse a la expectativa sobre el futuro, o a la sensación presente de no tener recursos para afrontar los desafíos que se nos presentan.

En muchos casos el esperar una solución es frustrarse. Y es casi mejor esperar a que pase la tormenta, con acciones moderadas y silencio ampliado. Encuentro que es especialmente molesto acoger los cambios cuando nos sentíamos bien en el lugar en el que estábamos. Pero la montaña rusa no se para, incluso aunque dejemos de comprar fichas.

     En este espacio en el que estoy, en transición, cambiando de pantalla, sólo se me ocurre que desarrollar más humildad y más verdad es la actitud que me puede dar alas, sea para aterrizar o para estrellarme.

Son muchos años enseñando, cuidando e inspirando a los demás. Cuando me toca a mi abrir puertas nuevas sólo puedo decir que se siente susto y gusto. El susto de cuando algo de dentro caduca, el gusto de saber que viene otra cosa fresca. Viene algo nuevo, lo huelo de lejos y lo siento en todo mi cuerpo. Sin embargo, no tengo ni idea de lo que es.

¿Qué haría falta para recordar cada día que yo misma le pedí a la vida superarme y descubrirme cada día? 

Doy gracias por estos últimos tiempos mozos y cómodos, y me dispongo al salto al vacío.... 
¡Hasta ahora! 



Ilustración Katy Lemay