Yo no quiero ser guay. Yo quiero ser. Sin más, sin menos, sin líos, sin despeinarme el cuerpo ni el alma.
Observo cada día la presión a la que vivimos sometidos respecto a la imagen que damos y los mensajes que transmitimos. La comunicación social cotidiana (salvo de mucha intimidad) se basa en hacernos valer, en ser reconocidos, validados y (ojalá) amados por los demás. Esto ocurre de manera inconsciente. Hemos de observarnos atentamente, o nos pasa desapercibida esa sonrisa que forzamos, ese comentario sin contenido ni sentimiento, o esa mirada que juzga y separa. Nuestra libertad está en vivir por encima de la necesidad de aprobación, aceptando nuestro deseo de ser amados.
También este post puede ir vacío, si me descuido. Si me olvido de que no se trata de gustaros sino de aportar algo para hacer reflexionar, y aprender juntos a cuidar lo de dentro aún más que lo de fuera.
Desde que soy mamá descubro que satisfacer todas las necesidades materiales y emocionales puede resultar un reto de gran magnitud. Entre otras cosas porque una parte importante de nuestra experiencia está sometida al espacio y al tiempo.
Soy capaz de imaginar que todas las épocas han tenido sus retos, y recordando esto evito sumergirme en ideas reduccionistas para comprender mi mundo. En nuestro tiempo hemos conquistado el confort, pero quizás el precio es alto.
Aspiro, cada día con más pasión, a una vida sostenible, sencilla y despierta; a una vida de amor. El amor tiene mucho que ver con el dar y el tomar, con el intercambio y el cuidado. Me encantan las relaciones humanas, territorio para la práctica de este amor, aunque desde luego carezco de tiempo para atenderlas a todas con el cariño y la calidad que merecen. Empiezo a sentir que tenemos demasiado de todo, y eso nos impide el espacio necesario entre cosa y cosa. Porque después de un evento viene el siguiente, después de un email viene otro, después de una lavadora viene otra.
Estoy en rebelión. He decidido asumir el riesgo de dejar a un lado lo que mi corazón no reconozca como verdadero y necesario en cada momento. Eso implica decir no a algunos trabajos (con sus nada despreciables aportaciones a la economía familiar), y decir sí a algunos proyectos que se llevan muchos recursos (como la educación en amor y atención de mis hijos, o un hogar en la naturaleza). En términos numéricos estas decisiones no se sostienen, pero he querido llevar mi mirada más allá de lo que veo, y exponerme a la inseguridad o temores que acompañan a este gusto por la coherencia personal.
En casa hemos establecido pautas sencillas que nos guían en este camino. A pesar de lo inimaginable que pueda parecer, para ser hijos de una sociedad consumista, usamos un par de zapatos para cada época del año (y se repiten varios años). En mi caso, en invierno unas botas de pelo (en Ibiza hace frío, lo prometo), en entretiempo una zapatillas Barefoot (esas que emulan el caminar natural) y en verano unas sandalias alemanas Birkenstock (que duran años y años).
Desde luego no es quizás muy trendy (modernito) llevar siempre los mismos zapatos (¡he sido diseñadora de moda muchos años!), pero si lo que tienes te gusta, por qué obligar al mercado y a nuestros bolsillos a producir más para algo que va fuera. Si lo que tienes dentro te gusta (tu familia, tu corazón, tus pensamientos, tus sentimientos, tus proyectos,…) quizás no necesitas tantas cosas de fuera. Y esto es un hábito, y una intención.
Simplificando lo de fuera, que ha sido un esfuerzo al principio, hemos descubierto que la mente se simplifica, enfocándose con más claridad en lo prioritario y regulando con más facilidad los estímulos del exterior. Y nos queda mucho por avanzar, aceptando con amabilidad las complicaciones naturales de estas ambiciones.
Viviendo en Ibiza puedo decir que lo más sencillo oscila mucho; entre muy caro y gratis. Las casas son muy caras, y sin embargo pasar una tarde en la playa con ensalada de quinoa es gratis. Por eso seguimos aquí. Me gusta pensar, para animarme, que en el alquiler de una casa, está incluido el derecho a usar gratis todas las playas y bosques de la isla. Y así se lo explico a la gente. Vivimos en el paraíso, lo tomamos o lo dejamos.
Más allá de Ibiza también hay un paraíso interior, lo tomamos o lo dejamos. Lo cuidamos o lo ignoramos.
Este post de hoy es para compartir que no siempre estoy cómoda en las paradojas del mundo que he elegido. Y que gracias a esto reflexiono y me redefino. Quiero honrarlo también. En público y en privado.