jueves, 31 de agosto de 2017

Enseñanza Inspirada (IV): Conquistas e Identidad

     Como profesores queremos modelar la realidad, la nuestra y la de los demás. En este contexto considero un riesgo el esfuerzo dedicado a impresionar a los alumnos con todo lo que sabemos, pudiendo invertir ese tiempo en crear un contexto en el que ellos puedan admirarse a si mismos. 
Buscar la validación de nuestros alumnos, creando una imagen grandiosa de estatus o sabiduría en nosotros, sólo creará en ellos complejos, dudas y miedos. El profesor ha de cultivar intensamente su propia honestidad, humildad y cercanía. El alumno debe sentirse protegido, amado, respetado y orientado hacia su grandeza, como un hijo se sentiría guiado por un buen padre o madre. Esta conexión ha de ser incondicional, no debe depender de nuestro estado emocional. 
     Desde que nacemos nos orientamos naturalmente hacia ser amados y aceptados. En última instancia, es un reflejo que pertenece a nuestra supervivencia; si hay alguien que nos ama y acepta, es más probable que ese alguien esté dispuesto a protegernos, alimentarnos y cuidarnos, y eso nos da más probabilidades de sobrevivir.
Hemos de empezar por reconocer esta necesidad, y ver cómo se expresa en nuestra comunicación y relaciones. La mayoría de nosotros exponemos al mundo solamente lo que pensamos que será aceptado; y gastamos bastante energía en ocultar lo que consideramos que son defectos, debilidades o taras. Poca gente se hace una foto para su Instagram el día que tiene un grano en la nariz y grandes ojeras. Esto es normal y sano: queremos dar lo mejor de nosotros. El problema es la obsesión por parecer perfectos y exitosos.
    En resumen, todos queremos ser bonitos y que los demás así lo piensen. Sin embargo, en cuanto a veracidad e integridad, esta búsqueda rompe el orden natural. La expresión de la vida humana contiene diversidad de lenguajes y realidades, y muchos de éstos forman parte de lo que consideraríamos inadecuado e insuficiente: un trauma infantil, una enfermedad, emociones fuera de control, incoherencias, miedos, ignorancia, y un muy largo etcétera.
La madurez nos va dando un poco de perspectiva sobre todo este teatro, y podemos decidir qué papel queremos jugar. Aunque seamos profesores o practicantes de yoga no tenemos todas las soluciones ni hemos superado todos nuestros problemas. Seguramente moriremos sin superar muchos de ellos. Sin embargo, lo que nos gustaría es morirnos habiendo aceptado esos problemas, habiendo hecho las paces con las insuficiencias de nuestra vida (que muchas veces son nuestros mayores tesoros). 
      Lo primero a observar es en base a qué hemos decidido que nuestros problemas nos hacen insuficientes. Por qué hemos decidido que una enfermedad nos hace débiles, un trauma nos hace delicados, o un problema financiero es una vergüenza. ¿En base a qué paradigma construimos nuestro valor? Desafortunadamente, culturalmente construimos nuestro valor en base a lo que conseguimos, no a lo que somos; en base a objetivos y no al camino. Si fueramos capaces de reconocer que no tenemos que demostrar que nos merecemos la vida y pudieramos sentir nuestro valor intrínseco, la mayoría de los problemas de auto-amor y auto-respeto desaparecerían. 
    Quizás pensáis que no viene al caso hablar de auto-amor. Sin embargo, un profesor que necesita validar su derecho a estar aquí tenderá a crear relaciones más competitivas en sus clases, tenderá a buscar fans en vez de alumnos, tenderá a reducir el yoga a conquistas en vez de transmitirlo como un camino, y probablemente olvidará que necesita de los demás para ir superando y puliendo esas aristas de la personalidad que sólo cambian cuando reconocemos nuestra vulnerabilidad.
    En este contexto es importante no identificarnos con lo que hacemos o tenemos. Y así mantener nuestro equilibrio emocional. La identidad con el alma asegura que las fluctuaciones del mundo exterior nos afectarán menos. Así elijo, por ejemplo, no identificar el número de alumnos o seguidores con el valor de mis clases o talleres (tan peligroso es sentirse exitoso como sentirse un fracaso), sino que pongo el valor de mis clases en el amor y la dedicación que les pongo. Y por otro lado pongo el número de personas que vienen. Pero no hago una relación directa entre cantidad y calidad. Sólo observo ambas variables...
Y esto nos lleva a marcar una muy saludable frontera entre la conquista interior (nace del deseo de hacer las cosas bien, por el placer de que así sea, sin pensar en los frutos… bueno, sólo el fruto de nuestra paz personal) y la conquista exterior (visible, validada por el mundo exterior, comparable y mensurable). Ambas son necesarias, en sus diversas áreas de influencia. Su funcionalidad real depende de que sepamos en qué contexto cada una es válida. 

     Considerando el contexto en el que vivimos, con tanta energía orientada hacia el exterior a través de la comunicación y la tecnología, seguro que nos puede hacer mucho bien recordar la función de la conquista interior. La conquista interior funciona como un motor para mantener nuestra integridad (solos o en compañía) en pensamiento y acción. Es la que recuerda que cada palabra para hablar bien de nosotros y mal de los demás es un comportamiento del ego y no del corazón. La conquista interior se acuesta cada noche, quizás cansada, feliz de haber concentrado su energía en ascender la montaña de la auto-indagación y la creatividad que nos permite vivir cada día con la intuición y el servicio que todo profesor de yoga debe profesar a este oficio, los estudiantes y los compañeros. La conquista interior no busca el confort de los aplausos, sino la verdad de sus talentos en desarrollo y sus posibles torpezas diarias. 

     La mirada de este tipo de conquista es muy a largo plazo, es una mirada longeva que conoce, antes de morir, lo temporal y lo atemporal. La conquista interior tiene relación con la vida espiritual, no con la material.  Además, esta conquista no se pelea con la conquista exterior. Simplemente la observa con desapego y honestidad, reconociendo su valor como posible reflejo del trabajo bien hecho. Incluso puede ocurrir que sea más fácil que la conquista exterior aparezca cuando le damos menos importancia y nos concentramos en el espacio interior. Este espacio tiene luz de una potencia inimaginable.
     Mi conquista interior es preguntarme por qué enseño, recordarme cuáles son mis valores y por qué amo este trabajo. Y aceptar las dificultades y los miedos que experimento, sin castigarme por ellos. Sin ocultarlos ¡que son muchos!… Muchos...

Uffff… Qué liberación… Se sube mejor la montaña cuando se viaja ligera.



* Ilustración: Marta Antelo